Artículo sobre la revolución en
Bilbao
El artículo de “Ramón González”, “De la lucha española. El caso de Bilbao”, fue publicado en “El Diario Español” en los días 8, 9 y 10 de octubre de 1937 (viernes, sábado y domingo). El texto corresponde con el que Carlos González Posada adjunta a su expediente del Congreso de los Diputados. DE LA LUCHA ESPAÑOLA - Por Ramón González En la lucha cruel que se desarrolla en España, el caso de las provincias vascongadas ofrece características y modalidades muy especiales. Al levantarse el país contra la invasión comunista, los ejércitos nacionales han tropezado en Guipúzcoa y en Vizcaya con un enemigo muy diferente del que actuaban en el resto de la Nación. En ambas provincia, al lado de todos los partidos y organizaciones sindicales que integraban el frente popular y que obedecía a la dirección de Moscú luchó también, en íntima relación con ellos, un partido burgués, capitalista y confesional. Un partido local, exclusivo de aquella región que, a cambio de obtener para la misma un estatuto de autonomía, no dudó en ayudar con todo entusiasmo a los revolucionarios marxistas que intentaban sovietizar España. El partido nacionalista vascongado era un partido confesional de profunda raíz católica. Respondía a un sentimiento local, latente desde antiguo en el país, en Vizcaya especialmente, que adquirió un desarrollo inusitado con el advenimiento de la Republica y muy particularmente desde que ésta inició su política de persecución e intolerancia religiosa. Fue en realidad la manera cómo cristalizó en Bilbao y en su zona de influencia, la reacción derechista contra esa política. Los nacionalistas vascongados tenían en el fondo aspiraciones separatistas. Deseaban por el momento, obtener una autonomía regional, autonomía que consideraban como etapa para una independencia total futura que había de permitirles la organización de un estado nacional vascongado, en el que pudieran los vascos satisfacer su anhelo de unidad católica a la vez que política. Las aspiraciones autonomistas regionales tenían cabida en la España republicana con arreglo a la Constitución de 1931. Cataluña ya la había obtenido y las provincias vascongadas estaban en vías de obtenerla. Las Cortes discutían el oportuno Estatuto. Los nacionalistas vascongados, al surgir el levantamiento de 18 de julio, indiferentes a la tragedia que en el país se iniciaba y atentos sólo a sacar de la misma el mayor provecho posible, cotizan el auxilio que pueden prestar y comienzan ofreciéndolo a los nacionales, si estos les garantizaban la concesión del Estatuto de autonomía que examinaban las Cortes. Los nacionales se limitan a reconocer a los vascos el respeto a sus fueros tradicionales y se niegan a toda concesión de autonomía, que en el fondo encierra un fermento de desintegración del país. Vuelven entonces aquellos la vista al Gobierno del frente Popular que desde Madrid presidia la invasión marxista y se suman a él en la lucha a cambio de ese Estatuto que las Cortes discutían y que entonces votaron precipitadamente en la sesión de 10 de octubre de 1936. “Con tal de obtener el Estatuto no les importaba a los nacionalistas, que se lo concediera el diablo”. Así decían. Con el Estatuto creían, pues, los vascos haber dado el primer paso seguro hacia la independencia que tanto deseaban. Lo que nadie puede explicarse es cómo, caso de triunfar los marxistas en la lucha entablada, iba a respetar dentro de un Estado comunista, esta autonomía regional sostén de un partido burgués capitalista y confesional. Para la Causa Nacional Española, la actitud de los nacionalistas vascongados tuvo consecuencias muy graves. Quizá constituya a la larga un bien, pero de momento agravo las condiciones de la lucha. Quizás constituya un bien para el futuro, porque permitirá a la nueva España que se está forjando liquidar el fenómeno político del nacionalismo que no es en modo alguno un fenómeno de todo el país vascongado, sino privativo de Vizcaya y más concretamente de Bilbao. Como su gemelo, el nacionalismo catalán, que tiene el origen y sacó la energía del engrandecimiento de Barcelona, el nacionalismo vasco es producto bilbaíno y consecuencia de una larga era de falta de vigor en el Gobierno central de la Nación española. En cuanto se gobiernes desde Madrid y no sean de temer claudicaciones, los fenómenos del localismo regional de Barcelona y Bilbao dejaran de constituir un peligro serio. Por de pronto, la actitud del nacionalismo vasco en la actual contienda ha permitido ya liquidar de una vez para siempre la actuación de privilegio que suponía el concierto económico con Guipúzcoa y Vizcaya, a la sombra de cuyos beneficios se contribuyó a crear una superioridad industrial en estas provincias, con perjuicio muchas veces para otras comarcas españolas. Pero no cabe duda que, de momento, el auxilio que los nacionalistas vascos prestaron en la lucha de los marxistas, fue de graves consecuencias. En primer lugar, hicieron posible la constitución de un frente norte de guerra. Sin el apoyo de los vascos y sin Bilbao, habría faltado la base indispensable para organizar y sostener con alguna solidez ese frente. Gracias a Bilbao se ha podido contar con una zona industrial importantísima en la que los rojos encontraron elementos técnicos y organizaciones fabriles en abundancia para sus necesidades de guerra. Esto aparte de la riqueza de mineral de hierro que exportaba en gran cantidad al extranjero, constituía una fuente de ingresos saneada y fructífera. En segundo lugar, como entre los elementos nacionalistas predominaban la burguesía, incluso alta burguesía, gestora de grandes negocios y muy relacionada con poderosos elementos exteriores, contribuyó mediante su actuación a disimular el verdadero alcance de la lucha entablada en España, y obtuvo auxilio y simpatías extranjeros, especialmente inglesas, que difícilmente habrían logrado los rojos por sí solos y en tercer lugar, y esto es lo más grave, como los nacionalistas eran católicos, pudieron los rojos engañar a una gran parte de la opinión mundial haciéndole creer no existía política de persecución religiosa y que había sin duda exageración en lo del asesinato de sacerdotes y destrucción de templos. En Vizcaya se mantenía y respectaba el culto católico. He aquí, pues, como los burgueses del nacionalismo vasco para satisfacer un ideal loca, han contribuido grandemente a despistar la opinión mundial, auxiliando con la máxima eficacia a los rojos en su afán de presentar la lucha española como ejemplo de defensa de una democracia contra la agresión del fascismo internacional. Por fortuna, la verdad se abre siempre paso y la guerra española pasará a la Historia como ejemplo de alzamiento nacional contra la invasión del comunismo asiático que siguiendo la táctica de siempre, ha utilizado para la lucha destructora dentro de la península ibérica, todos los elementos antinacionales y demagógicos que por desgracia anidaban en ella: separatismo vascos y catalán, anarquismo, marxismo y masonería. Lo grave, también, es que con su actitud los nacionalistas vascos llevaron la guerra a sus provincias de Guipúzcoa y Vizcaya. Si una ceguera inconcebible no les hubiera conducido a unir su suerte a la del marxismo internacional, a estas horas esas dos hermosas provincias eternamente españolas, se habrían ahorrado los horrores de la lucha y de una lucha dura y cruel. Pero se habrían sobre todo ahorrado las consecuencias brutales de la técnica revolucionaria, destructora y vandálica, del marxismo moscovita. No fue la guerra sino la aplicación de esta técnica, la que redujo a cenizas ciudades tan bellas e industriosas como Irún, Eibar, Durango, Guernica, Amorebieta, Murguía, etc. Por milagro se salvaron San Sebastián y Bilbao. Se salvaron de la destrucción total pero no del horror revolucionario.
El sufrimiento de San Sebastián fue breve. Duró escasamente dos meses. Lo suficiente. Sin embargo, para que miserables asesinos se ensañaran con cerca de un millar de personas indefensas, la mayor parte encerrados en prisiones y muchos de ellos habiendo cesado en la lucha con la promesa de respetarles la vida. El sufrimiento de Bilbao fue prolongado. Once meses transcurrieron hasta la liberación. ¿Qué sucedió en Bilbao durante ese periodo? La barbarie revolucionaria que sacrificó y sacrifica todavía a tantas ciudades españolas, ¿ha sido menos intensamente sentida y sufrida en la capital de Vizcaya, gracias a la actuación de los nacionalistas? Los nacionalistas formulan esta pregunta y le dan una respuesta afirmativa. Buscan así un perdón al crimen que han cometido contra España. No cabe duda que, en extensión, la crueldad revolucionaria tuvo menos alcance en Bilbao que en otra parte. Pero sería un error, un engaño, atribuir este hecho principalmente a una actuación humanitaria de parte de los nacionalistas, sin negar por esto que la hubiera. Si en la capital vizcaína no se cometió tanto crimen y atropello como en otras ciudades españolas, más que a la acción humanitaria de los nacionalistas se debe al hecho de su contubernio con los rojos. La gran masa burguesa, la gran masa de derechas, que militaba en el nacionalismo, constituía un aliado de los rojos, de los comunistas, de los anarquistas y sindicalistas y como ellos, estaban armados. Faltó, pues a los marxistas la cantonera sobre que ejercitar sus vandálicos instintos. Por eso los execrables hechos de la técnica rusa revolucionaria, no fueron proporcionalmente en Bilbao tan abundantes como en Valencia, Málaga, Barcelona y no digamos Madrid, que lleva la palma del martirio. Al iniciarse el Movimiento revolucionario de 18 de julio se comenzó a practicar en Bilbao el mismo procedimiento de terror comunista que en el resto de España roja. Las masas revolucionarias se apoderaron de las armas y de los automóviles. Llenos estos de gentes que asomaban amenazadores sus fusiles por las ventanillas, circulaban constantemente por toda la ciudad sembrando el terror en el vecindario. Al mismo tiempo comenzaron los registros domiciliarios que sirvieron para cometer todo género de robos y saqueos; y la detención de personas sospechosas algunas de las cuales fueron vilmente asesinadas en los primeros días por el procedimiento del paseo. Entre los crímenes escandalosos de esta época, aprovechada en gran parte para satisfacer venganzas personales, destaca el del antiguo representante consular de Austria, en Bilbao, un anciano de más de sesenta años que fue llevado al lugar del suplicio en una camilla por hallarse totalmente impedido. Los anarquistas y comunistas dieron el tono a estas primeras manifestaciones de violencia revolucionaria cuyo aspecto cambia al definir su actitud los nacionalistas y participar en la dirección del movimiento. Sustraen a la furia destructora la gran masa burguesa que milita en el partido y se dificulta la horrible caza de supuestos enemigos arrancados violenta y cobardemente de sus casas. ¿Cómo se desarrolló entonces la acción revolucionaria en Euzkadi? ¿Cuáles fueron sus hechos más salientes? Antes de entrar en detalles sobre el particular, conviene dedicar unas líneas a la constitución y organización del Gobierno autónomo del país vasco. Ofrece una nota grotesca en la lamentable tragedia vizcaína. Merece, pues, la pena de un recuerdo. A la sombra del árbol de Guernica se constituye en octubre de 1936 el primero y único Gobierno que padeció Euzkadi. Tenían representación en él, además de los nacionalistas, todos los partidos y organizaciones que integraban el Frente Popular. Lo componían diez ministros y un Presidente. Como si se tratara ya de un Estado absolutamente independiente, en el Gobierno del país vasco había incluso un ministro de relaciones exteriores con sus delegados (representantes diplomáticos) en París, Barcelona, Valencia, etc. Preocupaciones inmediatas de este gobierno fueron procurarse una aparatosa instalación y repartir muchas credenciales. Surgió como por encanto una burocracia imponente. El Gobierno lanzaba abundante papel moneda y se podía permitir el lujo de pagar con largueza un numeroso personal. Para la instalación, cada ministro requisó el edificio o edificios necesarios entre los mejores de la ciudad. Y los edificios fueron amueblados lujosamente, utilizando los enseres de diversas casas particulares de la rica burguesía bilbaína que había sido declarada facciosa. Algunos miembros del gabinete vasco pudieron así, gracias a estos caprichos de la suerte, darse la satisfacción de disfrutar como propias algunas instalaciones que habían admirado, sin duda envidiado, cuando sólo actuaban como modestos ciudadanos. El Presidente de Euzkadi que había elegido el Hotel Carlton para instalación oficial, utilizó en las habitaciones particulares que se reservó dentro del edificio, no los muebles de lujo de las piezas de mayor precio del mejor hotel de la ciudad, sino las que el propio interesado seleccionará de las casas particulares incautadas. Pudo así descansar sobre un lecho y vivir rodeado de objetos íntimos cuyos antecedentes conocía y prescindir del desagradable anónimo, que siempre rodea a las instalaciones de un hotel, por lujoso que éste sea. Entre los objetos requisados por el Presidente de Euzkadi había un espléndido crucifijo de gran valor artístico. Como buen católico lo tenía colocado sobre su mesa de trabajo. Solía mostrarlo a los visitantes, sobre todo si eran extranjeros, diciendo: “ved como Cristo está con nosotros”. Al huir de Bilbao el presidente, ante el empuje de las tropas españolas, abandonó el crucifijo en su despacho, sin duda como represalia por haberse negado a estar con ellos. Preocupado con la seguridad de su persona y con la necesidad de dar realce al alto puesto que desempeñaba, el presidente de Euzkadi había creado una guardia especial presidencial. A la encargada de la vigilancia exterior de su residencia oficial se la designaba, en atención al vistoso uniforme que lucía, con el nombre de cosacos blancos. En los departamentos ministeriales de aquella joven república, había poco trabajo y la direcicón de esa escasa actividad estaba muy descuidada, según se afirma, por los jefes y especialmente por los ministros. Al público que acudía deseoso de que le resolverán algún asunto se le decía que el señor ministro no había podido ocuparse de estudiarlo porque se hallaba pendiente de la marcha de la guerra. Y era verdad. En espléndidos automóviles, requisados como los muebles y con gasolina gratis, se dedicaban a correr por las carreteras y visitar los frentes, sin duda para animar con su presencia ya que no podían con su ejemplo, a los infelices combatientes. Ahora bien, a este pintoresco gobierno ¿qué infamias revolucionarias le correspondía presidir y amparar? En relación con los presos Bilbao conservará el recuerdo de una historia bien negra. Como prisiones se habilitaron primeramente varios barcos. En ellos se encerró a los detenidos políticos de Bilbao y a los que en la huída trajeron de San Sebastián. En todos los barcos habilitados como cárceles, se cometieron asesinatos. Raro era la semana que no desaparecían algunos desgraciados. Pero el horror culminó con las infamias cometidas en el “Cabo Quilates”. Estando dicho barco anclado en la ría a fines de Septiembre, fue objeto Bilbao de un ataque de la aviación nacional. Como represalia, las milicias de Baracaldo y Portugalete entraron en el navío y asesinaron a unos 30 presos de los allí concentrados. Las autoridades trasladaron entonces el barco al puerto exterior, al Abra, por estimar que se hallaría más seguro contra el género de atentados. No había transcurrido un mes (fines de Octubre) cuando llegó la noticia de un combate naval en el sur de la península, combate en el que las fuerzas nacionales triunfaron y hundieron un navío de guerra rojo, el “Ferrandiz”. En el puerto exterior de Bilbao estaban anclados en aquel momento varios buques de la escuadra roja, entre ellos el acorazado “Jaime I”. Pues bien, la marinería, indignada con el fracaso, decidió vengarlo y encontrando más seguro que salir a combatir, probablemente con media docena de buques pesqueros armados con un cañón, que tales debían ser las fuerzas de los nacionales en el mar Cantábrico en aquella época, les pareció más seguro trasladarse con una ametralladora al “Cabo Quilates” y asesinar a 83 presos indefensos, después de someterlos a vejación y torturas. Una vergüenza más que añadir al indecente y miserable historial de la marina de guerra de los rojos. Las autoridades de Vizcaya no hicieron pública protesta contra semejante acto de cobardía. Decidieron únicamente sacar los presos de los barcos e instalarlos en edificios donde creían que podían estar más protegidos. Así lo hicieron en Diciembre. En los primeros días de enero la aviación nacional relució otro ataque sobre Bilbao. Nuevas represalias que no consistieron, naturalmente en ir a bombardear algún lugar de la zona nacional. La pagaron también los infelices presos. Varias compañías del Batallón de Milicianos “Malatesta”, con sus oficiales al frente fueron a las cárceles. Comenzaron por la instalada en el Convento de los Ángeles Custodios. Habían allí concentrado a 200 detenidos, todos ellos mayores de 60 años o enfermos graves. No dejaron uno sólo con vida. Acuden después a las cárceles de Larrinaga y Casa Galera y dan muerte a otro centenar de infelices. Por último van a la cárcel del Carmelo. Había en ella gente joven que, sin armas, hace frente a la banda de forajidos. En la lucha perecen cinco presos y las milicias acobardadas ante el peligroso recibimiento acuerdan retirarse, salvando así su vida milagrosamente el resto de los presos.
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